domingo, 25 de octubre de 2020

Maria Moliner


María Juana Moliner Ruiz (Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900 – Madrid, 22 de enero de 1981) fue una bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa española.



Familia y primeros años

Fue hija del médico rural de Paniza, Enrique Moliner Sanz (1860-1923), y de Matilde Ruiz Lanaja (1872-1932), siendo ella la mediana de tres hermanos, entre Enrique (15-8-1897) y Matilde (7-7-1904).

En 1902, según testimonio de la propia María Moliner, los padres y ambos hijos mayores se trasladaron a Almazán (Soria) y, casi inmediatamente, a Madrid. En la capital, donde nació la hija menor, Matilde, los pequeños Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde fue, al parecer, don Américo Castro quien suscitó el interés por la expresión lingüística y por la gramática en la pequeña María.


Años de dificultad y de formación

El padre, después de un segundo viaje a América en 1914, se quedó en la Argentina, abandonando a la familia. Esto motivó probablemente que la madre decidiera en 1915 dejar Madrid y regresar a Aragón. Allí la familia sale adelante en buena parte gracias a la ayuda económica de María, que, aun siendo muy joven, se dedicó a dar clases particulares de latín, matemáticas e historia. Según dirían más tarde sus hijos, estas duras circunstancias fueron fundamentales en el desarrollo de la personalidad de su madre.

Los primeros exámenes del bachillerato los hizo María Moliner, como alumna libre, en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid (entre 1910 y 1915), pasando en julio de 1915 al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918.


Primeros pasos como filóloga y archivera

En Zaragoza se formó y trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, dirigido por Juan Moneva desde 1917 hasta 1921, años en los que colaboró en la realización del Diccionario aragonés de dicha institución. Como se ha destacado, el método de trabajo adquirido y practicado en esta institución hubo de ser muy importante en su formación filológica y en su posterior trabajo como lexicógrafa.

Se licenció en 1921 en la especialidad de Historia, la única existente por entonces en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, con las máximas calificaciones y Premio Extraordinario. Casi los mismos pasos siguió su hermana Matilde, licenciada en lo mismo con iguales honores, pero en 1925, y también cooperante en el Estudio de Filología de Aragón.

María Moliner en el Archivo de Simancas, en 1922

Vestida de charra, en Simancas, 1923

Carrera como archivera y bibliotecaria

Al año siguiente María ganó las oposiciones para el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo destinada en agosto al Archivo General de Simancas, desde el que pasó, en 1924, al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia y años más tarde, a comienzos de los treinta, al de Valencia.

En Murcia conoció a Fernando Ramón Ferrando, por entonces joven licenciado en Física, de ideología de izquierdas como la suya, con quien se casó en 1925. Allí nacieron sus dos primeros hijos: Enrique (que llegaría a ser un célebre investigador médico en Canadá, fallecido en 1999) y Fernando, arquitecto. En Valencia ya, nacen los dos hijos menores: Carmen (filóloga) y Pedro (ingeniero industrial, director de la ETSI de Barcelona, fallecido en 1985). En Murcia además fue la primera mujer que impartió clase en la Universidad de Murcia, durante 1924.

María Moliner y su esposo, Fernando Ramón, el día de su boda.

María Moliner, con sus hijos (junio de 1944).

La labor de Moliner en el decenio 1929-1939 como parte muy activa en la política bibliotecaria nacional, especialmente durante la República, ha sido bien resaltada.

Su inclinación por el archivo, por la organización de bibliotecas y por la difusión cultural, la llevó a reflexionar sobre ello en varios textos: Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (1935) y a una participación muy activa en el grupo de trabajo que publicó, de forma colectiva, el librito Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (1937), un trabajo vinculado a las Misiones Pedagógicas de la República. Además, dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia, participó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional, que tenía el encargo de dar a conocer al mundo los libros que se editaban en España, y desarrolló un amplio trabajo como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico, creado en febrero de 1937, en la que Moliner fue encargada de la Subsección de Bibliotecas Escolares.

Tras la derrota del bando republicano en la Guerra Civil Española el matrimonio fue depurado; él perdió la cátedra, fue trasladado a Murcia, y María regresó al Archivo de Hacienda de Valencia, bajando dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo.

En Valencia, junto a su marido Fernando Ramón y Ferrando,
en la etapa final de la Guerra Civil

En 1946 su marido fue rehabilitado, pasando como catedrático de Física a la Universidad de Salamanca. La familia se traslada entonces a Madrid, de donde él va y viene a sus clases, mientras María se incorpora a la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, llegando a ser su directora hasta su jubilación en 1970.

Tras ésta, el Ministerio de Educación y Ciencia, por acuerdo de 6 de julio de 1970, acordó su ingreso en la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, en su categoría de Lazo.


El final

Los últimos años de la vida de María estuvieron marcados por el cuidado de su marido, jubilado en 1962, enfermo y ciego ya para 1968, y por el deseo de pulir y ampliar con tranquilidad su famoso Diccionario de uso del español (publicado en dos grandes volúmenes en 1966-1967, vid. infra). Sin embargo, en el verano de 1973 surgieron repentinamente los primeros síntomas de una arterioesclerosis cerebral, enfermedad que la iría retirando de toda actividad intelectual. Su marido fallece el 4 de septiembre de 1974, lo que termina con sus ganas de vivir. Pasó los siguientes seis años, hasta su propio fallecimiento en 1981, en su casa de la calle Santa Engracia de Madrid, retirada del mundo y en medio del cariño y cuidados de su familia (su hermana Matilde, dos de sus hijos y numerosos nietos).


Su Diccionario de Uso del Español (DUE)

Hacia 1952 su hijo Fernando le trajo de París un libro que llamó profundamente su atención, el Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby (1948). A ella, que, consciente de las deficiencias del DRAE, andaba ya confeccionando anotaciones sobre vocablos, este libro le dio la idea de hacer “un pequeño diccionario,… en 2 añitos“. Por entonces comenzó a componer su Diccionario de uso del español, enorme empresa que le llevaría más de quince años, trabajando siempre en su casa. A instancias del académico Dámaso Alonso, que seguía con interés su trabajo y tenía conexiones con la editorial Gredos, Moliner acabó firmando, en 1955, un contrato con ésta para la futura publicación de la obra, cuya edición tipográfica fue extremadamente laboriosa.

Su Diccionario era de definiciones, de sinónimos, de expresiones y frases hechas, y de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C (criterio que la RAE no seguiría hasta 1994), o términos de uso ya común pero que la RAE no había admitido, como “cibernética”, y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. Como ella misma alguna vez afirmó, El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad“… “Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo“.

La primera (y la única edición original autorizada por ella) fue publicada en 1966-67 por la editorial Gredos.

En 1998 se publicó una segunda edición que consta de dos volúmenes y un CD-ROM, así como una edición abreviada en un tomo. La tercera y última revisión fue editada en septiembre del 2007 y consta de dos tomos.


Relación con la Real Academia Española

El 7 de noviembre de 1972, el escritor Daniel Sueiro entrevistaba en el Heraldo de Aragón a María Moliner. El titular era un interrogante: «¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia?». La habían propuesto Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. Pero el electo, a la postre, sería Emilio Alarcos Llorach.

María decía una de las frases suyas que más veces se han repetido:

Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia (…) Mi obra es limpiamente el diccionario. Más adelante agregaba: Desde luego es una cosa indicada que un filósofo -por Emilio Alarcos- entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: «¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!

Las propuestas no prosperaron y fue otra mujer, Carmen Conde, la que ocupó el sillón.

El académico Miguel Delibes, tras el fallecimiento de la antigua candidata, opinó que:

es una lástima que, por esas circunstancias especiales en que se han desenvuelto siempre los temas que rodean a la presencia de mujeres en la Academia, María Moliner no haya podido ocupar un sillón en la entidad.

Una de sus necrológicas definió bien lo que resultó de aquella injusticia: “Una académica sin sillón”.

Violeta Demonte, profesora de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid comentó acerca del diccionario de Moliner: “El intento es importante y novedoso. No obstante, como la fundamentación teórica los criterios de su análisis no son siempre claros y sus supuestos fundamentales tiene origen intuitivo, la utilidad de su obra es desigual”.

Su más reciente biógrafa, I. de la Fuente, resume así las causas:

Porque era una intrusa, en cierto modo. Porque estudió historia en la universidad de Zaragoza, pero había encarrilado su vida por el mundo de los archivos y bibliotecas y no estaba considerada filóloga. En aquel momento sí que influyó el que fuera mujer. Una mujer que se pone a hacer un diccionario, pero no el diccionario que inicialmente quería hacer, sino un diccionario que además cuestionaba el de la RAE. Creo que fue admirada, pero no valorada.

En junio de 1973 la Real Academia Española le otorgó, por unanimidad, el Premio “Lorenzo Nieto López”, “por sus trabajos en pro de la lengua”

En 1981, L. Permanyer escribió una crítica muy dura hacia lo que el consideraba la actitud de la mayoría de los académicos.


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