martes, 13 de octubre de 2020

Juan Pablo II


Karol Józef Wojtyła (Wadowice, Polonia, 18 de mayo de 1920 — Ciudad del Vaticano, 2 de abril de 2005), más conocido como Juan Pablo II, fue el 264.º papa de la Iglesia católica entre 1978 y 2005.2 Como tal, fue también el Jefe de estado de la Ciudad del Vaticano.



Tras haber sido obispo auxiliar (desde 1958) y arzobispo de Cracovia (desde 1962), se convirtió en el primer papa polaco en la historia, y uno de los pocos en los últimos siglos que no nacieron en Italia. Su pontificado de 26 años ha sido el tercero más largo en la historia de la Iglesia católica, después del de San Pedro (se cree que entre 34 y 37 años) y el de Pío IX (31 años).

Juan Pablo II ha sido aclamado como uno de los líderes más influyentes del siglo XX, recordándoselo especialmente por ser uno de los principales símbolos del anticomunismo y por su lucha contra la expansión del marxismo por lugares como Iberoamérica, donde combatió enérgicamente al movimiento conocido como la teología de la liberación, con la ayuda de su mano derecha, a la postre sucesor, Joseph Ratzinger.

Jugó asimismo un papel decisivo para poner fin al comunismo en su Polonia natal y, finalmente, a todos los de Europa, así como para la mejora significativa de las relaciones de la Iglesia católica con el judaísmo, el islam, la Iglesia ortodoxa oriental, y la Comunión Anglicana.

De entre los hechos más notorios de su pontificado destaca el intento de asesinato que sufrió el 13 de mayo de 1981, mientras saludaba a los fieles en la Plaza de San Pedro, a manos de Mehmet Ali Agca, quien le disparó a escasa distancia desde la multitud. Tiempo después el terrorista fue perdonado públicamente por el pontífice en persona.

Fue uno de los líderes mundiales más viajeros de la historia, visitando 129 países durante su pontificado, hablando además los idiomas siguientes: italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata, el esperanto, griego antiguo y latín, así como su natal polaco. Como parte de su especial énfasis en la llamada universal a la santidad, beatificó a 1.340 personas y canonizó a 483 santos, más que la cifra combinada de sus predecesores en los últimos cinco siglos. El 19 de diciembre de 2009, Juan Pablo II fue proclamado Venerable por su sucesor, el papa Benedicto XVI, quien también ofició la ceremonia de su beatificación el 1 de mayo de 2011.


Biografía:

Karol Józef Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadovice, ciudad situada a 50 kilómetros de CracoviaPolonia. Sus padres fueron Karol Wojtyła, una ferviente católica, y Emilia Kaczorowska, un militar retirado. Su vida familiar fue muy modesta.

Lolek (Carlitos), como le llamaba su madre, se destacó por ser un niño inteligente, simpático y animado; gustaba del futbol y estaba enamorado del teatro; pero también sabía ser fervoroso, silencioso y reflexivo.

Su amor por el teatro y su intención de estudiar Filosofía lo descalificaron para ser sacerdote ante el propio cardenal polaco Stephan Sapieha, durante una visita de éste a Wadovice. Karol fue designado por su escuela para dar un discurso ante cardenal.

“Una gran lástima”, dio Sapieha, “necesitamos a alguien como él”


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                 Karol Jozef Wojtyla se fotografía en su primera comunión, el 25 de mayo de 1929. (Fotografía de CNS)


Su madre murió de un ataque al corazón cuando él tenía 9 años de edad. Su padre, se hizo cargo de él y de su hermano Edmund. En 1933, su hermano Edmund, con 20 años de edad, murió al contraer escarlatina.

Al terminar su educación media superior, Karol se trasladó junto con su padre a Cracovia para estudiar Filosofía en la Universidad Jallegónica, donde también estudió y enseñó el célebre astrónomo polaco Nicolás Copérnico.

Se inscribió en las clases opcionales de declamación, siguió cultivando su gusto por la poesía y, sobre todo, el teatro, sin dejar de ir a rezar todos los días. Pero en septiembre de 1939 los alemanes invadieron Polonia: la Segunda Guerra Mundial había comenzado. Karol, como todos los polacos mayores de 14 años, debió ir al frente para combatir.

El ejército de Polonia se rindió pronto y Karol regresó a Cracovia. Los nazis cerraron las universidades. Judíos, intelectuales y estudiantes corrían el peligro de ser eliminados. Para evitar la deportación y la muerte, Karol entró a trabajar en una fábrica para hacerse de una documentación que lo acreditara como obrero.

Lo destinaron a las canteras de Zakrzówek, cerca de Cracovia, durante el invierno de 1940. Su función era colocar explosivos, pero nunca dejó los libros.

En 1943, Karol ingresó a un seminario clandestino organizado por el cardenal Stephan Sapieha (aquel a quien el pequeño Lolek dedicara un discurso).

La Gestapo, la policía secreta oficial de la Alemania nazi, imponía la pena de muerte o la prisión en el campo de Auschwitz a los estudiantes de Teología. Los participantes del seminario se reunían donde podían y estudiaban con dificultad.

En 1945, las tropas rusas liberaron Polonia. El gobierno nazi terminó, pero el país pronto se dirigió hacia un régimen totalitario. Durante todo este proceso, Sapieha había descubierto en Karol una gran inteligencia unida a una profunda vida interior. Todo ello con una personalidad humana, fuerte y equilibrada. Por lo tanto, adelantó su ordenación sacerdotal antes de enviarlo a Roma para que hiciera su tesis doctoral y ampliara sus estudios.

El 1 de noviembre de 1946, en la capilla arzobispal, monseñor Sapieha ordenó sacerdote a Karol, quien con tan sólo 26 años de edad.

Una vez en Roma, Karol tuvo dos años para licenciarse y elaborar su tesis doctoral, cuyo tema sería la fe en San Juan de la Cruz.

El joven sacerdote, que ya sabía francés, latín e italiano, aprendió español para entender al místico castellano.

Al concluir su doctorado, en 1948, regresó a Polonia, que ahora vivía bajo una dictadura comunista. Entre 1948 y 1949 fue vicario primero de Niegowic, una pequeña aldea situada a unos 200 kilómetros de Cracovia, y luego de San Florián, en el centro de la ciudad. En 1951 abandonó San Florián e inició su doctorado civil, que junto con el doctorado teológico obtenido en Roma le abrió las puertas, en 1953, al cuerpo docente de la Facultad de Teología de la Universidad de Cracovia.

Comenzó a impartir clases de Ética en el Seminario Teológico y acudía varias veces a la Universidad de Lublín a impartir algunas conferencias, recorriendo los 340 kilómetros que separan ambas ciudades en trenes de noche. La dedicación intensa al estudio y a la docencia no lo apartaron de su vida de oración.

En julio de 1958, Wojtyla fue designado obispo auxiliar de Cracovia. A sus 38 años era el obispo más joven de Polonia.

La capacidad de trabajo del novel monseñor comenzó a asombrar a todos: cumplía sus tareas eclesiásticas, atendía la cátedra, además, estudiaba y escribía.

El intenso trabajo, sin embargo, terminó por repercutir en su cuerpo. Enfermó de mononucleosis. Su médico le recomendó descanso y que, una vez recuperado, no dejara de tener vacaciones periódicas con vida al aire libre y ejercicio. Desde entonces, durante el verano siempre procuró pasar dos semanas remando en canoa y escalando montañas, y en invierno, 15 días esquiando.

En 1962 la Santa Sede lo nombró arzobispo metropolitano de Cracovia. Contaba con 44 años y era el hombre más joven de su país en ese puesto.

Luego, en 1967, el papa Pablo VI nombró 27 nuevos cardenales, y en las listas volvía a estar Karol Wojtyla, de 47 años.

En 1978, ya como cardenal, Wojtyla viajó dos veces a Roma en poco más de un mes.

El primer viaje fue el 25 de agosto para participar en el cónclave cardenalicio que eligió a Juan Pablo I como nuevo Papa.

Tras la repentina muerte del Sumo Pontífice recién electo, el 29 de septiembre, Karol se vio de nuevo en Roma para integrar otro cónclave.

El 16 de octubre a las 5 de la tarde y tras dos días de deliberaciones, los cardenales ingresaron otra vez a la Capilla Sixtina para emitir su voto. Wojtyla llegó tarde. El auto en el que regresaba del Santuario de la Mentorella, próximo a Roma, sufrió un desperfecto mecánico y tuvo que pedir aventón.

Poco más de una hora después fue elegido como Sumo Pontífice y presentado en la Plaza de San Pedro como Juan Pablo II. Fue el primer Papa en más de cuatro siglos en no ser italiano; tenía 58 años.


El intento de asesinato contra el papa Juan Pablo II tuvo lugar el miércoles 13 de mayo de 1981, en la plaza de San Pedro de la Ciudad del VaticanoMehmet Ali Ağca disparó contra el papa cuatro veces mientras este entraba en la plaza. A causa de los graves disparos, el papa perdió bastante sangre y tuvo que ser hospitalizado. Ağca fue apresado inmediatamente y sentenciado a cadena perpetua por un juzgado italiano. Posteriormente el papa perdonó a Ağca por haber intentado asesinarlo. El presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi otorgó el indulto a Ağca a petición del papa, tras lo cual fue deportado a Turquía en junio del 2000.

En agosto de 1980, bajo el seudónimo de Vilperi, Ağca empezó a recorrer la región mediterránea, cambiando varias veces de pasaporte y de identidad, quizás para mostrar el origen de su viaje: SofíaBulgaria. Entró en Roma el 10 de mayo de 1981 en un tren que había cogido en Milán. De acuerdo al testimonio posterior de Ağca, en Roma se encontró con tres cómplices: un compatriota turco y dos búlgaros. La operación estaba liderada por Zilo Vassilev, un militar búlgaro que residía en Italia. Según Vassilev, la misión le había sido encargada por el mafioso turco Bekir Çelenk en Bulgaria.

Según Ağca, el plan era que él y el pistolero Oral Çelik abrieran fuego contra el papa en la plaza de San Pedro y después escaparan a la embajada búlgara aprovechando el pánico generado por una pequeña explosión. El 13 de mayo se sentaron en la plaza escribiendo postales, mientras esperaban la llegada del papa. Cuando el papa pasó, Ağca le disparó varias veces con una pistola semiautomática Browning Hi-Power, calibre 9 mm. Una monja y varios testigos (dos vestidos de cardenales) le impidieron tanto disparar más veces como escapar. Fue atrapado por Camillo Cibin, el jefe de seguridad del Cuerpo de Gendarmería de la Ciudad del Vaticano.​ Juan Pablo II fue alcanzado por cuatro balas, dos de las cuales se alojaron en su estómago, otra le alcanzó en el brazo derecho y la última en la mano izquierda.4​ Dos espectadores resultaron heridos a causa de las balas perdidas del sicario: Ann Odre, de BuffaloNueva York, recibió una bala en el pecho, y Rose Hill, de Jamaica, sufrió una herida superficial en el brazo. Çelik, presa del pánico, huyó sin poner la bomba ni abrir fuego.

El papa fue llevado al Palacio Apostólico para un primer diagnóstico, ya que exteriormente la herida no parecía seria. Pero una vez que se midió su pulso y presión fue evidente que el papa estaba en peligro y se avisó a una ambulancia. A pesar de que la bala había evitado tanto la aorta abdominal como la arteria mesentérica, Juan Pablo II perdió casi tres cuartos de su sangre, sufriendo un shock por desangramiento, debido a la perforación intestinal. 

El papa fue operado por el Dr. Francesco Crucitti en el Policlínico Universitario Agostino Gemelli, el centro traumatológico afiliado a la escuela de Medicina de la Universidad del Sagrado Corazón. Este centro siempre tiene una serie de habitaciones reservadas para el uso del papa. Juan Pablo II pasó por casi seis horas de cirugía intestinal de emergencia, que requirió transfusiones y una colostomía temporal que luego tuvo que ser deshecha.

​ Varios meses después tuvo una infección de citomegalovirus, debido a haber recibido transfusión de sangre fresca que no había sido suficientemente tratada, por la urgencia con la que se había efectuado dicha transfusión.​ Cuando estuvo con el papa en la prisión Rebibbia de Roma la primera vez después de su intento, Ağca, un asesino profesional, le preguntó cómo había conseguido sobrevivir. El papa, que había estado consciente hasta el momento de entrar en el quirófano, presintió que sobreviviría, creyendo de corazón en la intercesión de la Virgen MaríaNuestra Señora de Fátima (quien, en una de sus apariciones a los tres niños había profetizado que un «Obispo de blanco» sería atacado).

Juan Pablo II estaba enormemente agradecido al Dr. Crucitti y al resto de su equipo médico al cual había consultado (incluyendo a su viejo amigo y médico personal, el inmunólogo polaco Dr. Gabriel Turowski, que fue a Italia para contribuir con su experiencia, siendo él quien diagnosticó la infección de CMV, y al Dr. Renato Buzzoneti, el médico oficial del papa, que buscaría de nuevo el consejo del Dr. Crucitti cuando el papa desarrolló un tumor benigno de colon). El papa regresó de sus vacaciones en el Palacio de Castel Gandolfo en agosto de 1998 para expresar sus condolencias a la familia cuando el Dr. Crucitti falleció y después celebró personalmente su funeral y dijo la homilía (el doctor tenía fama por haber tutelado a varios médicos y cirujanos prominentes en el Policlínico, uno de los mejores hospitales de Italia).

Encarcelamiento de Ağca

Ağca fue sentenciado en julio de 1981 a cadena perpetua en Italia por el intento de asesinato,​ pero fue indultado por el presidente Carlo Azeglio Ciampi en junio de 2000, a petición del papa.​ Ağca fue extraditado a Turquía, donde fue encarcelado por el asesinato del periodista izquierdista Abdi İpekçi en 1979 y dos asaltos a bancos en los setenta. ​A pesar de la petición de ser liberado en noviembre de 2004, un juzgado turco dictaminó que no sería posible solicitar la libertad condicional hasta 2010. Pero el 12 de enero de 2006 un tribunal turco autorizó su liberación. ​Sin embargo, el 20 de enero de 2006, el Tribunal Supremo Turco dictaminó que el tiempo que había estado encarcelado en Italia no podía ser deducido de la sentencia turca y lo volvieron a encerrar. ​Ağca fue puesto en libertad el 18 de enero de 2010, después de casi 29 años tras las rejas.

Relación con el papa Juan Pablo II

Después del tiroteo, el papa Juan Pablo II pidió a la gente «rezar por mi hermano [Ağca], al cual he perdonado sinceramente.» ​En 1983, Ağca y él se vieron y hablaron en privado, en la prisión donde Ağca estaba preso. Ağca besó el anillo del papa cuando terminó su encuentro. Asimismo, el papa estuvo en contacto con la familia de Ağca a lo largo de los años: conoció a su madre en 1987 y a su hermano una década después.

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Aunque Ağca había dicho: «para mí [el papa] es la encarnación de todo lo capitalista» y había intentado asesinarlo, llegó a trabar amistad con el pontífice. En abril de 2005, durante la enfermedad del papa, Ağca rezaba desde su cárcel en Estambul por la mejoría de Juan Pablo II. ​Cuando el papa murió, Ağca declaró estar de luto: «He perdido al papa, mi hermano espiritual. Me sumo al duelo de mi pueblo cristiano católico» afirmó en un texto distribuido por su abogado.


ENFERMEDAD Y MUERTE DE JUAN PABLO II

TEXTO: JUAN VICENTE BOO CORRESPONSAL

ROMA.

«Si no puedo cumplir mi misión, quizá sea mejor que me muera», comentó Juan Pablo II el Domingo de Pascua del pasado año cuando se retiraba de la ventana después de haber sido incapaz de pronunciar la bendición «Urbi et Orbi». La traqueotomía le había impuesto silencio durante la Semana Santa, y el Papa reservaba todas sus fuerzas para ese momento, pero el cuerpo le traicionó. Durante un minuto, luchó por sobreponerse al párkinson y articular la primera palabra, pero sólo se oyó un estertor y un jadeo, mientras su rostro se deformaba por el tremendo dolor, primero físico y después moral. La muchedumbre rompió en un aplauso atronador, mientras las lágrimas brotaban a raudales en la Plaza de San Pedro y, simultáneamente, en todos los rincones del planeta, pues 104 cadenas retransmitían en directo a 74 países la fiesta más importante del año.

Aquel momento dramático del 27 de marzo de 2005 lo fue mucho más de lo que el mundo pudo ver, según ha revelado el secretario Stanislaw Dziwisz en el libro «Dejadme ir…», sobre la heroica etapa final de la vida de Juan Pablo II. El ahora cardenal arzobispo de Cracovia relata sobriamente aquel episodio en muy pocas líneas: «El Santo Padre había sufrido un durísimo golpe. Después de alejarse de la ventana dijo: «Quizá sea mejor que yo me muera, si no puedo cumplir mi misión», y enseguida añadió: «Hágase tu voluntad…Totus tuus». En toda su vida no había deseado ninguna otra cosa».


Apoyo espiritual

Aunque quizá lo intuyese, Juan Pablo II no sabía que su vida terrena concluiría tan sólo seis días más tarde, a las 21.37 del sábado 2 de abril, cuando litúrgicamente se celebraba ya el Domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que él mismo había instituido en el Año Santo de 2000 en respuesta a la petición de Jesucristo a Faustina Kowalska.

El Papa no tenía miedo a la muerte, ni tampoco a la enfermedad o al dolor, cuyo misterioso valor sobrenatural había comentado en una larga carta a los enfermos de la archidiócesis de Cracovia el 8 de marzo de 1964, el día de su entrada en la catedral. El nuevo arzobispo les decía que se apoyaba espiritualmente en ellos pues «aunque el sufrimiento sea un mal, por Cristo y en Cristo se convierte en un bien». Veinte años más tarde, después de sufrir como Papa un grave atentado, escribiría la carta apostólica «Salvifici Doloris», publicada el 11 de febrero de 1984, fiesta de la Virgen de Lourdes, a cuyo santuario peregrinó de nuevo el 15 de agosto de 2004 en su viaje internacional número 104, que sería el último.

A un año de su agonía y fallecimiento, los testigos más directos de aquel drama -el secretario personal Stanislaw Dziwisz y el médico de cabecera Renato Buzzonetti- empiezan a levantar parte de un secreto profesional que ya no debe serlo pues los detalles de la santidad de vida de Juan Pablo II pertenecen ya al patrimonio del cristianismo. La primera entrega llega en el libro que recoge en su título las últimas palabras de Karol Wojtyla -«Dejadme ir a la casa del Padre»-, pronunciadas aquel 2 de abril de 2005 a las tres y media de la tarde, seis horas antes de fallecer.


Resistencia a los tratamientos

Se descubre así que el Papa era muy preciso con su médico a la hora de explicar los síntomas, en el intento de «acelerar la curación para volver a su trabajo». Otras veces, en cambio, rechazaba o retrasaba tratamientos que hubiesen frenado su actividad. En abril de 1994, resbaló y se rompió el fémur derecho la víspera de un viaje a Sicilia, al que no quería renunciar. Según el doctor Buzzonetti, «para convencerle de la gravedad de lo sucedido, realizamos en plena noche una radiografía en el mismo apartamento pontificio». La imagen dejó claro que la única salida sería hacia el hospital, donde se le implantó una prótesis de cadera.

Juan Pablo II se resistió mucho más frente a la apendicitis aguda que se manifestó el día de Navidad de 1995, cuando fue incapaz de terminar de leer el mensaje de felicitación. Durante meses y meses insistió en los tratamientos intentando evitar el quirófano, y aceptó volver de nuevo al Gemelli el 8 de octubre, cuando físicamente ya no podía más.

En 2002 apareció la artrosis en la rodilla derecha, pero el Papa se negó a que se le instalase una prótesis. Llevaba ya tiempo utilizando una plataforma móvil, que le permitía desplazarse de pie, descargando parte de su peso en la pierna izquierda y en los brazos. Desde ese momento, pasó a la silla de ruedas para el resto de sus días. Visto con la perspectiva de la historia, Karol Wojtyla tuvo siempre una fuerza de voluntad fuera de lo común, que brotaba de su intensa oración personal, y le permitió hacer, a lo largo de su vida, mucho más de lo que era físicamente posible.

Los primeros síntomas de párkinson aparecieron a finales de 1991. Según su médico personal, Juan Pablo II «infravaloró, durante mucho tiempo, algunos de sus problemas, y sólo tardíamente comenzó a preguntar por el temblor de la mano. Yo le decía que el temblor es el síntoma más visible de esta patología neurológica, pero que del temblor no se ha muerto nadie, aunque pueda ser un grave impedimento. Fue sobre todo la pérdida de equilibrio lo que llevó a situaciones críticas y, más adelante, el dolor osteoarticular en la rodilla derecha, que le impedía permanecer en pie».

Poco a poco, el párkinson iba ganando el pulso, y en la primavera del año 2000 el Papa añadió a su testamento una frase que revela sus dudas interiores: «A medida que se abre el siglo XXI y en el año en que mi edad llegará a los ochenta, hay que preguntarse si no es el tiempo de repetir con el bíblico Simeón: «Nunc dimittis»». El carácter poético de un texto deliberadamente ambiguo en los párrafos siguientes permite pensar en la muerte, pero también en la renuncia al Papado por grave incapacidad para ejercerlo, una posibilidad que él mismo introdujo en el nuevo Código de Derecho Canónico de 1983.

Una reveladora pincelada sobre las dudas y la decisión del Pontífice se asoma discretamente en las páginas de «En los alrededores de Jericó», el libro de recuerdos del cardenal español afincado en Roma Julián Herranz sobre sus 22 años con San Josemaría Escrivá y sus 26 años con Juan Pablo II.

El 17 de diciembre de 2004, después de una conversación con el fiel secretario privado del Papa, el presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos anotó en su diario: «Hablamos de la opinión que yo le había manifestado -a petición suya- sobre la posibilidad de que el Santo Padre presentase la renuncia al cumplir los 75 o los 80 años. Le había respondido que, por motivos de edad, «no debía hacerlo», pues la «misión canónica» que los obispos reciben del Papa para gobernar una Iglesia particular es muy distinta de la que el Papa recibe en el momento de su elección y aceptación».

Según las notas del cardenal Herranz, Stanislaw Dziwisz «se limitó a comentar que «el Papa -que personalmente está muy despegado de su cargo- vive abandonado a la Voluntad de Dios. Se fía de la Divina Providencia». Además, «teme crear un peligroso precedente para sus sucesores», pues alguno podría quedar expuesto a maniobras y presiones sutiles de quien desease destituirlo».

Un mes y medio más tarde, el domingo 30 de enero de 2005, Juan Pablo II se entretuvo mucho tiempo en su ventana después del rezo del Ángelus mientras un par de chiquillos ponían en libertad dos palomas blancas, el símbolo de la paz, que regresaban una y otra vez al apartamento papal en medio del regocijo de los críos y del Santo Padre. La escena era enternecedora, pero el viento gélido pasó su factura: el Papa contrajo una gripe que obligó a anunciar la suspensión de todas sus audiencias hasta nuevo aviso.

A pesar de todo, según su médico, «los síntomas no hacían presagiar una evolución tan rápida y grave» como la que se produjo el uno de febrero, cuando un fortísimo espasmo laríngeo a última hora de la tarde creó un grave peligro de asfixia y el Papa fue trasladado urgentemente al hospital Gemelli.

El 10 de febrero, Juan Pablo II volvía al Vaticano pero, de nuevo, la situación era peor de lo que parecía, y el 24 de febrero se hizo necesaria otra carrera desesperada al Gemelli, esta vez para practicar una traqueotomía, imprescindible para que pudiese seguir respirando. El 13 de marzo, el Papa regresaba al Vaticano, quizá con la decisión ya tomada de no volver a abandonar su casa ni la cercanía de la tumba de Pedro.


Los últimos días

En su relato de los últimos días, el doctor Buzzonetti escribe que el 31 de marzo, «poco después de las 11.00, el Santo Padre, que se había trasladado a la capilla para celebrar la misa, sufrió una violenta sacudida de escalofríos, a la que siguió un fuerte aumento de temperatura hasta los 39,6 grados. Daba comienzo un gravísimo «shock» séptico con colapso cardiocirculatorio debido a una infección de las vías urinarias».

En ese momento crítico, su secretario le preguntó si deseaba volver al Gemelli pero, según el médico de cabecera, «el Papa manifestaba claramente la decisión de permanecer en su casa donde, por otra parte, estaba asegurada una atención médica cualificada y continua».

A media tarde, Juan Pablo II asistía desde la cama a la misa que celebró en su habitación el cardenal Marian Jaworski, su amigo desde los primeros años de sacerdocio. Una vez terminada, según el relato del médico, «el secretario y las hermanas de la casa besaron la mano del Papa, que las llamó a cada una por su nombre y añadió: «por última vez»».

El viernes uno de abril, Juan Pablo II asistió consciente a la misa celebrada en su habitación, escuchó la lectura del Vía Crucis e incluso la del breviario. El sábado 2 de abril, cuando comenzaba ya a sufrir períodos de inconsciencia, se despidió de sus colaboradores más cercanos de la Curia romana y sufrió una brusca subida de la fiebre a última hora de la mañana.

Según Stanislaw Dziwisz, «por la tarde, en un cierto momento, dijo: «Dejadme ir a la casa del Padre»». Al cabo de un rato «abrazaba con la mirada a las personas más cercanas y a los médicos que velaban a su lado». A las ocho de la tarde se celebró la misa, con el Viático. Poco después, «comenzaron a faltarle las fuerzas. Se le había puesto en la mano una vela bendita encendida.

A las 21.37, Juan Pablo II dejó esta tierra. Los presentes cantaron el «Te Deum». Con lágrimas en los ojos daban gracias a Dios por el don de la persona del Santo Padre y por su gran Pontificado».


             Elevado a los altares Juan Pablo II: Fieles se hincan ante su sangre y féretro


Posterior al ritual que corresponde, realizado en la sede de El Vaticano, este domingo fue beatificado Juan Pablo II. El acto quedó oficializado por el Papa Benedicto XVI, quien declaró el 22 de octubre como el día en que se celebrará al nuevo beato, fecha en la que comenzó su papado en 1978. Tras la declaración de beato, fue develada la imagen de Juan Pablo II

Asimismo, vale la pena destacar que a sólo seis años de su fallecimiento, El papa Benedicto XVI proclamó este domingo “beato” a su predecesor Juan Pablo II (1978-2005) durante una imponente ceremonia celebrada en la plaza de San Pedro ante decenas de miles de personas que ovacionaron y aplaudieron.

El Papa, que llevaba la casulla y la mitra de Juan Pablo II, pronunció la fórmula en latín a través de la cual eleva a la gloria de los altares a su predecesor, con quien colaboró durante 23 años.

Un largo aplauso y gritos como en el día de los funerales de “Santo subito” (Santo ya) estalló en la plaza, llena de gente que enarbolaba banderas de numerosas nacionalidades, entre ellas polacas, españolas y brasileñas.

La conmoción reinó entre los representantes de 86 delegaciones de países extranjeros y sobre todo en aquellos que lo conocieron de cerca, como el cardenal polaco Stanislao Dziwisz, secretario por más de 40 años de Juan Pablo II.

Una inmensa fotografía de 1995 de Karol Wojtyla, desplegada en el balcón central de la basílica, fue desvelada en el momento de la beatificación.

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La primera lectura fue en lengua polaca, ésta era originaria del Papa Juan Pablo II. La segunda lectura se realizó en lengua inglesa. También se inició la lectura del evangelio en latín según el verso de Santo Tomás, “bendito el que cree en mi aún sin ver” expresó el Papa Benedicto XVI.

La fecha para esta beatificación es bastante especial puesto que es el segundo domingo de pascua y el primer día del mes de María. Juan Pablo II fue proclamado beato el mismo día de su muerte.



«Deseo llamar la atención… Basta con mirar la realidad de la multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos; en una palabra, personas concretas e irrepetibles que sufren el peso intolerable de la miseria»

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